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Buenas noticias aunque no tanto (II)

  • Última actualización
    03 mayo 2024 05:00

Ofrecíamos en nuestra contribución del pasado mes argumentos que enfriaban la euforia transmitida por algunos analistas y autoridades sobre el comportamiento diferencialmente positivo de las economías del sur de la Eurozona respecto al de la economía alemana. Para reafirmar la idea de que nos resta un largo trecho por recorrer, empleamos esta vez las grandes variables que más inequívocamente afectan al bienestar del ciudadano medio, el desempleo y la inflación.

El ”Misery Index” (MI) ideado por el economista estadounidense Arthur Okun (que ya hemos empleado en alguna otra ocasión en estas páginas) permite, en su versión original y más sencilla, realizar esa aproximación, mediante la simple suma de las tasas de paro y de crecimiento de los precios en cada momento. En el gráfico superior se muestra la evolución de este indicador a lo largo del siglo XXI para Alemania, España e Italia. Los resultados medios del período son muy elocuentes: desde el 8,1% de la economía centroeuropea a casi el doble, 15,6%, en el caso español, con Italia (11,4%) en una situación intermedia. Además, el gap adverso puede atribuirse fácilmente al desempleo; en una Unión Monetaria, bajo una política monetaria única y mercados (relativamente) integrados, la inflación ha fluctuado a lo largo de estos más de veinte años, pero lo ha hecho de manera similar en las tres economías.

Pero hay una cuestión adicional a subrayar al margen de la amplia distancia media entre el MI de las dos mayores economías del sur de la Eurozona y la alemana: el perfil temporal. Porque, en efecto, a principios del siglo XXI, en un período ciertamente complicado (económicamente) para Alemania, y un fuerte crecimiento en la periferia europea, el MI alemán fue superior al italiano y al español durante varios años. Por supuesto, la Gran Recesión puso de manifiesto la insostenibilidad del modelo de crecimiento español (e italiano), en el que el dinamismo de un desmesurado boom inmobiliario cubría las deficiencias de una economía con la productividad estancada y la competitividad exterior en declive (estas dos últimas características eran compartidas por Italia). El MI del sur de Europa se disparó, mientras se reducía el alemán, brecha constreñida pero no eliminada en los pasados años.

Pero, más allá de los problemas en la periferia europea, recordemos otra clave de la mejor evolución teutona: ante un período difícil, significativas reformas estructurales, bajo la dirección del entonces canciller Gerhard Schröder.

Apuntábamos algunas de las que precisaría España en nuestra ya referida columna de abril. Disponiendo además de considerables fondos europeos, deberíamos estar centrados en ello. Y, desde luego, no lo estamos.

¿Qué implicaciones pueden derivarse de las elecciones en India?

El monumental proceso que implica el desarrollo de las elecciones generales indias está en marcha. Es prácticamente una certeza que estas concederán un tercer mandato al actual Primer Ministro, Narendra Modi, y lo harán por un margen muy amplio. El hecho de que este proceso electoral ya no sea solamente una curiosidad, con cierto interés por ser la mayor democracia del mundo, sino que se entiende como realmente relevante a escala global, es una de las explicaciones de este previsible éxito de Modi. Ha convertido a India en una referencia de peso en las decisiones globales. Pero la evolución económica es otra razón sustancial. Frente a ello, son amplias las dudas sobre el respeto a los derechos de minorías religiosas, así como a partidos y grupos opositores y descontentos, por parte del Primer Ministro y de su partido, de intenso nacionalismo hindú, el Bharatiya Janata (BJP).

En el ámbito económico, no cabe duda de que la aceleración del crecimiento indio en los últimos años debe una parte significativa del mismo a las políticas desarrolladas bajo el mandato de Modi. Entre ellas, un esfuerzo extraordinario para el desarrollo de las antediluvianas infraestructuras, físicas y tecnológicas, gran rémora tradicional para el crecimiento; la acentuación de la presencia de mecanismos de mercado; la potenciación de un antes lánguido sector secundario, aunque sea en más de una ocasión recurriendo al proteccionismo; el intento, incompleto, de modernizar y unificar la fiscalidad; y, en el ámbito socioeconómico, una mejora mayúscula en el proceso de asignación y distribución de las ayudas a los cientos de millones de ciudadanos que las precisan, en ámbitos que van desde la alimentación a la higiene y la disponibilidad de agua corriente.

Por supuesto, hay puntos oscuros también en la gestión económica de una década del BJP. La desmonetización abrupta de noviembre de 2016 fue caótica; la mejora económica del país está beneficiando de manera desproporcionada a grandes conglomerados industriales cuyos máximos responsables son muy cercanos a Modi; la tendencia a imponer sanciones y cambiar normas con efectos retroactivos ha limitado el atractivo al capital extranjero; y, muy especialmente, el colosal sector agrario indio sigue ajeno en gran medida a la modernización, incluyendo en ello la dificultad para destinar a usos más productivos un considerable volumen de tierra.

Entre corregir estos problemas y reforzar éxitos anteriores, el trabajo no va a faltarle a la presumible tercera Administración Modi. Pero, desde el punto de vista global, hay dos ámbitos que van a recibir especial escrutinio. Primero, India aspira a convertirse en el centro de la estrategia “China plus one” de muchas compañías occidentales. La necesidad de contar con una localización de producción alternativa a la china, percibida cada vez más en el actual escenario geopolítico global, ha dado alas a la estrategia “Made in India” de la Administración Modi. Eso sí, un avance sustancial en muchos de los ámbitos antes descritos es imprescindible para conseguir que la Inversión Directa Extranjera fluya en los volúmenes necesarios para esa conversión de India en una nueva “fábrica del mundo” (de hecho, el objetivo del BJP es no solo complementar sino sustituir a China en diversos sectores).

Segundo, en términos de “transformación verde” India es el país crítico a nivel global. Fuerte crecimiento económico, población aún en alza, altísima intensidad en carbono (y en carbón en especial) de su producción y eficiencia limitada en la misma, se suman para convertirse en un reto como pocos en este ámbito. El gran esfuerzo inversor en renovables del país tendrá que verse apoyado por el sustento tecnológico y monetario exterior, o esa nueva “revolución verde” (en contraste con la agraria de los años sesenta del siglo pasado) va a ser inaceptablemente lenta.

La incómoda (para los demás) fortaleza del dólar

La fortaleza de la economía estadounidense, en parte artificialmente sostenida por una política fiscal exageradamente expansiva, está obligando a la Reserva Federal, preocupada por la persistencia de una inflación excesiva, a postponer la prevista reducción de los tipos de interés.

Al margen de las repercusiones para la propia economía, el fortalecimiento del dólar conlleva al menos dos implicaciones preocupantes para el resto del mundo.

Primero, más en un contexto donde el precio de las materias primas sigue estando nominado en dólares, el debilitamiento relativo al “billete verde” del resto de divisas conlleva un riesgo de inflación importada que complicará (pese a negativas al respecto de, por ejemplo, el BCE) los descensos de tipos en otras economías.

Segundo, en especial para países en desarrollo seriamente endeudados (en dólares), el coste de la deuda se incrementa en la propia moneda, haciendo más oneroso satisfacer sus compromisos con los acreedores. Incluso 33 años después de ser pronunciada por el entonces Secretario del Tesoro estadounidense, John Connally, “the dollar is our currency, but it´s your problem”.

Un ajuste bastante contenido

Los últimos datos disponibles (del final de 2023) sobre la trayectoria de los precios de la vivienda en los países occidentales siguen ofreciendo la perspectiva de un ajuste a la baja contenido y equilibrado. En efecto, pese al temor de una caída significativa de los precios a raíz del tardío pero drástico endurecimiento de la política monetaria en los países occidentales desde mediados de 2022, solamente se observan correcciones apreciables en algunos países con crecimientos de precios notables en los años previos a la pandemia (y/o al inicio de la misma).

Así ha ocurrido en ese último año y medio, por ejemplo, en Alemania, Suecia y Canadá, con disminuciones de precios en el entorno del 13%. La excepción, como en otros aspectos que revelan una mayor fortaleza económica reciente (y unos tipos hipotecarios casi siempre fijos, claro está, en una gran proporción negociados en época de tipos muy reducidos) es Estados Unidos, donde los precios han seguido creciendo, aunque en inferior medida. Para economías con menor avance de los precios en ese período previo a 2022, como la española o la italiana, éstos se han movido (moderadamente) al alza pese al ascenso de los tipos. En general, se trata de una dinámica deseable... siempre que no sea usted portugués y quiera adquirir una casa (la vivienda se encareció en el país vecino un 20% en el pasado año y medio, a sumar a un 86% en el quinquenio anterior).

Otro (fallido) experimento monetario

El lector de estas páginas sabe que siempre nos ha llamado la atención la querencia de algunos gobiernos por los experimentos monetarios, en general diseñados para disimular la incompetencia (o mala fe) supina en la gestión macroeconómica. Zimbabue encabeza (en dura competencia con Venezuela) el ranking mundial de despropósitos monetarios, y su Gobierno no ha dudado en poner en circulación su quinta moneda en diez años, tras el colapso de la anterior (como de las precedentes), fruto de la ya habitual propensión de su (nada independiente) Banco Central, a imprimir dinero sin contención alguna. Ahora los sufridos ciudadanos del país “disfrutarán” del nuevo dólar de Zimbabue, respaldado por oro... aunque las reservas del país no alcanzan a cubrir ni un mes de importaciones, por lo que las 2,5 toneladas de oro disponibles solo serían suficientes para respaldar el más estricto de los regímenes de emisión monetaria.

Apuesten ustedes a que el optimismo del viceministro de Finanzas (que, menuda casualidad, es el hijo del presidente Emmerson Mnangagwa) durante el lanzamiento de la nueva moneda se percibirá como injustificado de inmediato, y el país, excluido de los mercados internacionales de capital por la nula credibilidad de sus gobernantes, seguirá sumido en la inflación y el estancamiento. Y sus habitantes seguirán recurriendo al dólar estadounidense y al trueque como base de sus relaciones económicas.